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IA y prensa: entre el perro guardián y el perro faldero

En un tiempo en que los algoritmos deciden qué vemos, qué leemos y hasta qué creemos, el periodismo vuelve a reivindicar su papel más antiguo: ser un perro guardián. Pero lo hace en un terreno inédito, donde la inteligencia artificial no solo amenaza su sostenibilidad, sino que también ofrece armas inesperadas para vigilar al propio poder digital.

Como recordaba recientemente Ismael Nafría en Tendenci@s, dos escenas condensan esa paradoja: The Atlantic lanzó “AI Watchdog”, un proyecto para auditar datasets de grandes modelos generativos, mientras A. G. Sulzberger, editor de The New York Times, alertaba contra el “manual antiprensa” que erosiona democracias. Entre ambos gestos se dibuja un mapa de urgencias: frente al ruido algorítmico, el periodismo reafirma que la verdad necesita guardianes, humanos y digitales.

El watchdog cultural: arqueología de datasets

El proyecto “AI Watchdog” de The Atlantic se propone investigar qué libros, guiones o vídeos nutren a los grandes modelos generativos. Sus primeras entregas ya han mostrado la magnitud de la apropiación: desde la piratería masiva de libros hasta la absorción de guiones de Hollywood o la extracción de millones de vídeos de YouTube. Se trata de un ejercicio de fiscalización cultural sin precedentes: revelar la materia prima oculta con la que se entrenan las inteligencias artificiales que hoy median la información global.

Aquí el periodismo actúa como arqueólogo de un territorio nuevo: los datasets, invisibles y herméticos, que sostienen la promesa tecnológica de Silicon Valley. Frente a la opacidad de las grandes tecnológicas, The Atlantic ofrece un modelo de transparencia: narrar qué hay detrás de los resultados algorítmicos. No se trata de un gesto anecdótico, sino de un recordatorio: el periodismo no solo fiscaliza gobiernos, también debe fiscalizar infraestructuras tecnológicas que moldean la cultura sin rendir cuentas.

El watchdog democrático: Sulzberger contra el manual antiprensa

En paralelo, A. G. Sulzberger aprovechó el 50.º aniversario de Investigative Reporters & Editors para advertir sobre el retroceso democrático y la campaña sistemática contra la prensa libre. Su discurso, publicado en la web de The New York Times, describió un “manual antiprensa” con cinco tácticas: sembrar desconfianza hacia los medios, utilizar tribunales para ahogar financieramente a periodistas, manipular regulaciones legales, movilizar aliados poderosos para atacar a la prensa independiente y recompensar a los medios complacientes.

La metáfora es clara: si la prensa libre es un perro guardián, ese manual busca convertirla en un perro faldero. Sulzberger no solo diagnosticó un patrón ya aplicado en países como Hungría o Turquía, sino que denunció que esas tácticas se están empleando hoy en Estados Unidos. Su llamado fue directo: seguir informando sin miedo ni favoritismos, defender los derechos legales de los periodistas y sostener la solidaridad entre medios.

El NYT muestra así que la batalla por la prensa no es únicamente económica o tecnológica: es política y democrática. Cuando la información independiente se erosiona, quienes gobiernan lo hacen con impunidad. En este terreno, la IA no es solo un telón de fondo: los algoritmos de distribución y moderación son ya actores políticos que condicionan qué temas llegan a la esfera pública.

Estado de la cuestión: el periodismo herido y las nuevas voces

Pero este debate no se entiende sin descender al terreno en el que la crisis del oficio se hace más visible. La historia de Josh —un periodista local desplazado por la automatización y la lógica de costes— resume la experiencia de miles de profesionales. La IA no es culpable en sí; el problema es su implementación sin ética ni mediación, como simple herramienta de recorte.

El colapso del periodismo local, con datos tan contundentes como los de Muck Rack (solo 8,2 periodistas locales por cada 100.000 habitantes en EE. UU.), no es un fenómeno menor: implica vacíos democráticos. Si nadie cuenta lo que pasa en tu barrio, nadie fiscaliza al poder más cercano. Ese vacío no lo llenan ni las redes sociales ni los sistemas de IA.

Al mismo tiempo, emergen voces independientes y creadoras híbridas que, desde YouTube o Twitch, practican un reporterismo espontáneo con autenticidad y conexión emocional. Frente al discurso homogéneo de los grandes medios, estas narrativas imperfectas se convierten en laboratorios de periodismo alternativo. Lo que conecta no es la perfección algorítmica, sino la emoción genuina y la narración comprometida. Aquí se confirma la paradoja: el periodismo está en crisis, pero también se reinventa desde los márgenes.

El nuevo comunicador: arquitecto de sistemas narrativos

Sobre este terreno se asienta otra transformación: la del papel profesional. El comunicador ya no es solo redactor; es arquitecto de sistemas narrativos que combinan lenguaje, tecnología y ética. Este perfil híbrido entrena modelos, diseña flujos de trabajo, integra API y valida resultados, al tiempo que preserva la coherencia y la autenticidad de los mensajes.

La llamada “ingeniería de contenidos” estructura los textos para que sean reutilizables, automatizables y adaptables. Pero su misión no es solo técnica: consiste en dotar de sentido y humanidad a un entorno dominado por algoritmos. El comunicador del futuro es un diseñador de experiencias y un guardián de la ética, capaz de auditar sesgos, prevenir la desinformación y asegurar que la IA no vacíe de significado el ecosistema comunicativo.

Así, la figura profesional se alinea con el desafío institucional. Lo que The Atlantic y el NYT representan en el plano macro, el nuevo comunicador lo traduce en el plano micro: vigilancia, transparencia y responsabilidad.

Watchdogs humanos y digitales

Entre el “AI Watchdog” de The Atlantic y el alegato democrático de Sulzberger, entre la desaparición del periodismo local y la emergencia del comunicador híbrido, se dibuja una misma pregunta: ¿quién fiscaliza a los algoritmos que hoy median en la información?

La paradoja es ineludible: la IA amenaza a los medios, pero también se convierte en herramienta de vigilancia y transparencia. El periodismo no desaparece; muta en un sistema de watchdogs humanos y digitales, políticos y culturales, profesionales y conceptuales.

No hay una respuesta cerrada, pero sí una certeza: sin watchdogs, humanos o digitales, el ruido algorítmico ocupará el lugar de la verdad. Y la democracia, sin narradores valientes y sin arqueólogos de datasets, se quedará sin historias que la sostengan.

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