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Tres escenarios para el futuro del espacio público digital

La advertencia de Sam Altman sobre bots que “ahogan” la conversación en redes sociales no debería sorprendernos. Los bots no son un fenómeno nuevo: desde hace más de una década inflan métricas, manipulan tendencias y erosionan la confianza en la esfera pública digital. Tampoco es reciente el debate sobre el anonimato en la red, un tema que acompaña a internet desde sus orígenes.

Lo que sí cambia hoy es la escala y la velocidad. Con la inteligencia artificial, la fabricación de identidades falsas se multiplica, y la pregunta ya no es si conviviremos con bots, sino si la conversación humana aún tiene un espacio donde sostenerse.

La confianza rota: cuando la conversación deja de ser humana

El problema de los bots no es técnico, sino estructural. Como ya vimos en el caso Cursor, la cuestión no radicaba en un fallo aislado del sistema, sino en una arquitectura de poder que delegaba decisiones críticas en máquinas sin supervisión humana.

En las redes sociales ocurre algo similar: los bots no solo generan ruido, sino que moldean el ecosistema. La conversación pública se convierte en un parlamento fantasma, donde millones de voces parecen hablar, pero en realidad nadie dice nada. Y, como en una inflación monetaria, cuanto más ruido se produce, menos valor tiene la palabra.

La economía del engaño: costes invisibles para plataformas y marcas

El impacto de esta distorsión no se limita al debate público: también corroe el modelo económico de internet. Plataformas y anunciantes pagan por audiencias que muchas veces no existen. Los CPM se inflan y los costes de detección del tráfico falso se disparan.

En términos de Cory Doctorow, es otra vuelta de tuerca en la enshittification: la degradación no solo afecta a la experiencia del usuario, sino también a la economía que la sostiene. La lógica extractiva convierte la abundancia en un espejismo. Aquí, los bots son el ejemplo más burdo: clics vacíos que simulan valor, pero que en realidad aceleran la decadencia del sistema.

Identidad como recurso estratégico: el auge del proof-of-person

En este escenario, la identidad se convierte en el nuevo recurso estratégico. La pregunta ya no es qué contenido vemos, sino con quién estamos hablando. De ahí el creciente interés por los mecanismos de proof-of-person: certificados de humanidad que buscan separar a las personas reales de los enjambres automatizados.

La propuesta incluye desde biometría hasta blockchain o sistemas descentralizados de identidad. La metáfora sanitaria encaja: si en Internet enferma la IA aparecía como un sistema inmunológico capaz de filtrar spam y manipulación, aquí se plantea como una vacuna preventiva, un pasaporte digital que garantice que detrás de una voz hay un ser humano. Pero toda vacuna tiene efectos secundarios: ¿hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar el anonimato para certificar la autenticidad?

Tres futuros posibles: entre certificación, ruido y caos

El dilema se presenta con nitidez. Escenario uno: un internet certificado, donde cada usuario debe demostrar su humanidad, a costa de reducir el anonimato y abrir la puerta a nuevas formas de control. Escenario dos: un ecosistema híbrido, donde aceptamos convivir con el ruido de los bots para preservar el derecho al anonimato. Escenario tres: un internet donde la inteligencia artificial, en lugar de protegernos, multiplica el ruido y convierte la esfera pública en un terreno irreconocible.

Los tres escenarios conllevan riesgos. Como en Cursor, la cuestión no es confiar ciegamente en la tecnología, sino decidir dónde colocar los límites y qué agencia retener. Y como en Internet enferma, el dilema no es técnico, sino ético y político: ¿qué estamos dispuestos a perder para salvar lo que aún queda de conversación pública?

Entre confianza y anonimato

Los bots son solo el síntoma visible de una enfermedad más profunda: la erosión del espacio público digital. La identidad, en este contexto, deja de ser un dato para convertirse en un pasaporte de ciudadanía. La inteligencia artificial puede ser un antídoto o un veneno, un sistema inmunológico que nos defienda del ruido o un multiplicador del caos. Lo que está en juego no es solo la calidad de la conversación, sino la arquitectura misma de internet.

La pregunta, al final, es incómoda pero necesaria: ¿qué perderemos antes, la confianza o el anonimato?

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