Más usuarios, menos valor: la paradoja de la adopción de la IA

La inteligencia artificial avanza a un ritmo vertiginoso, pero lo decisivo no es la velocidad de los algoritmos, sino la desigualdad de sus huellas. Los últimos informes de OpenAI y Anthropic muestran que no todos los países ni los usuarios se relacionan del mismo modo con estas herramientas. Al mismo tiempo, voces como la de Bret Taylor, presidente de OpenAI, advierten que vivimos una burbuja similar a la de internet en los 2000: una fase de euforia que dejará tras de sí ruinas y gigantes. El debate, por tanto, no es si la IA funciona, sino quién accede a ella y qué modelos sobrevivirán cuando pase el brillo de la moda.

La geografía invisible de la adopción

Las cifras son claras: en 2025, el 73 % del uso de ChatGPT corresponde a conversaciones personales, mientras que Claude concentra su adopción en tareas más técnicas. Este contraste revela que, más allá de la potencia de los modelos, el sentido de la IA se define por los contextos sociales y culturales en los que se emplea.

En los países ricos, el patrón dominante es la colaboración: la IA se integra como copiloto, complemento y herramienta de productividad. En cambio, en muchos países emergentes la tendencia es distinta: se utiliza para delegar tareas completas, sin intervención humana. La paradoja se acentúa con un dato inquietante: la velocidad de adopción en países de ingresos medios es cuatro veces mayor que en los desarrollados, pero esa expansión va acompañada de una menor diversificación de usos.

¿Estamos entonces ante una democratización acelerada o ante una nueva brecha digital? La pregunta no es trivial. Que millones de personas usen la IA principalmente para ocio y no para trabajo puede parecer anecdótico; sin embargo, encierra una fractura profunda. Mientras unos consolidan la IA como infraestructura estratégica, otros la experimentan como entretenimiento pasajero. Esa diferencia marcará el futuro.

La economía incierta de la IA

El debate se traslada también al terreno económico. Bret Taylor no niega que exista una burbuja, pero recuerda que lo mismo se dijo en los 2000 sobre internet y, de aquel aparente exceso, surgieron Google y Amazon. La lección es clara: no importa tanto si hay burbuja como qué actores logran sobrevivir al ajuste.

La diferencia con aquella época es significativa. Hoy la IA ya genera ingresos masivos: OpenAI ha superado los 10.000 millones de dólares. Sin embargo, esos beneficios conviven con costes de cómputo altísimos, que ponen en duda la sostenibilidad del modelo. Cada respuesta generada tiene un precio en energía y hardware, lo que convierte la promesa de escalabilidad en un dilema permanente.

El paisaje recuerda a los viejos portales de internet: muchos brillaban en los titulares, pocos sobrevivieron en el tiempo. De cada Pets.com puede surgir un Amazon, pero el camino será una criba implacable. ¿Cómo distinguir humo de valor real? Esa es la pregunta que obsesiona hoy tanto a inversores como a gobiernos.

Brechas y burbujas como dos caras del mismo fenómeno

Podría parecer que hablamos de problemas distintos: una brecha de uso y una burbuja económica. Sin embargo, ambas son expresiones de la misma dinámica: la IA no se reparte de forma homogénea. Así como el acceso desigual determina quién aprovecha la tecnología y quién se queda en la superficie, la concentración de capital en unas pocas compañías dibuja un mapa donde unos pocos imponen las reglas del juego.

La relación entre ambas dinámicas es más estrecha de lo que parece. Si los modelos de negocio que sobrevivan no logran cerrar —o al menos gestionar— las brechas de acceso, la IA corre el riesgo de convertirse en una infraestructura excluyente. Y si la adopción desigual limita los usos estratégicos en amplias regiones, los modelos económicos perderán una parte sustancial de su mercado potencial.

Lo que está en juego no es solo qué empresas liderarán el sector, sino qué infraestructuras quedarán como legado: centros de datos, redes de energía, programas de alfabetización digital. La historia dirá si estas plataformas se convierten en bienes comunes o en fortalezas privadas.

Sostenibilidad + valor real

El debate sobre la inteligencia artificial suele reducirse a métricas de rendimiento o cifras de inversión. Pero lo decisivo se juega en otro terreno: quién la usa, cómo la integra y qué modelo logra sostenerla. La brecha de adopción y la burbuja financiera no son accidentes aislados, sino síntomas de un mismo proceso de redistribución del poder.

El futuro de la IA no dependerá únicamente de la próxima arquitectura de modelos, sino de si somos capaces de articular un ecosistema que combine acceso, sostenibilidad y valor real. La pregunta ya no es si la IA cambiará el mundo, sino qué mundo quedará en pie cuando el ajuste haya terminado.

Publicaciones Similares