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La paradoja de la IA: productividad sin empleo

Los últimos datos de empleo en Estados Unidos revelan una paradoja inquietante: la economía no está destruida, pero tampoco se está expandiendo para todos. Mientras sectores como sanidad y educación muestran cierto dinamismo, el resto del mercado laboral permanece congelado. Esto contrasta con los indicadores de productividad, que siguen mejorando gracias a la adopción masiva de herramientas de inteligencia artificial. ¿Qué está ocurriendo? Las empresas están incrementando su eficiencia sin ampliar plantillas. Optan por integrar IA en sus procesos internos en lugar de contratar nuevos trabajadores, lo que les permite reducir costes y aumentar márgenes.

El resultado es una economía en apariencia saludable, pero que deja fuera a buena parte de quienes buscan incorporarse al mundo laboral. Aunque este fenómeno tiene particularidades del mercado estadounidense, su lógica puede extenderse pronto a otros países. Lo previsible se entrelaza con lo incierto: estamos ante un modelo que se transforma rápido y cuyas consecuencias sociales aún son difíciles de proyectar.

Del crecimiento sin reparto al estancamiento estructural

El análisis sectorial refuerza esta asimetría. Sanidad y Educación han seguido creciendo porque responden a una demanda social ineludible, difícil de automatizar por completo. Pero fuera de estas áreas, las contrataciones están en pausa. No por crisis, sino por estrategia. Las empresas han encontrado en la IA una vía para reducir su dependencia de nuevas incorporaciones, optando por automatizar tareas antes que formar equipos.

En lugar de repartir las ganancias del progreso tecnológico en forma de empleo, los beneficios se concentran en una productividad que no genera inclusión. Así se configura una estructura económica donde crecer no implica crear trabajo. Esto no es solo una paradoja, es un cambio de paradigma. Lo que antes era coyuntura (falta de contratación) ahora parece convertirse en una constante estructural. Y si bien es comprensible que algunos procesos se automaticen, el desafío es construir escenarios mixtos, donde la eficiencia no sustituya al factor humano, sino que lo complemente.

Una nueva brecha: los que suben y los que se quedan abajo

Esta transición no afecta a todos por igual. La IA está creando una segmentación cada vez más marcada entre quienes saben aprovecharla y quienes no tienen acceso o formación para hacerlo. Surge así una nueva línea divisoria en el mercado laboral: de un lado, profesionales que integran herramientas de IA para multiplicar su valor; del otro, una mayoría que encuentra puertas cerradas porque su perfil no se adapta al nuevo entorno. Es la metáfora del ascensor: unos pocos suben, el resto se queda en la planta baja.

Esta brecha no solo es técnica, es también cultural, educativa y económica. Quien no entra en el ciclo de innovación queda al margen. El dominio de la IA, como era previsible, se ha convertido en un nuevo requisito de empleabilidad, elevando las barreras de entrada. Si no se articulan políticas formativas o modelos híbridos que integren tecnología y trabajo humano, el riesgo es cristalizar un modelo socialmente excluyente.

¿Progreso excluyente o nuevo contrato social?

Frente a esta dinámica, la pregunta no es solo técnica, sino política y ética: ¿puede sostenerse una sociedad donde el progreso no reparte sus beneficios? Si el modelo actual sigue avanzando sin mecanismos de redistribución, acabará generando tensiones estructurales. Un crecimiento que excluye a la mayoría es, en última instancia, insostenible. Esto no significa rechazar la IA, sino encauzarla de forma responsable.

Existen sectores donde la automatización tiene sentido, pero también muchos otros donde lo lógico sería apostar por modelos colaborativos, híbridos y centrados en el factor humano. Creatividad, atención personalizada, autenticidad: estas dimensiones no pueden sustituirse por algoritmos. En este contexto, el debate no debería ser solo tecnológico, sino de modelo. Si el acceso a la IA se convierte en privilegio y no en derecho, estaremos consolidando una forma sofisticada de exclusión. Aún estamos a tiempo de redirigir la curva. Pero eso requiere, más que innovación, voluntad de distribuir sus frutos.

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