El trabajo más buscado en IA no es técnico: es institucional

Hace unos días leí un análisis realmente interesante y detallado, como todos los que hace, de mi analista de cabecera, Nate B. Jones. Publicó en su Substack una observación sencilla, pero decisiva: el perfil profesional más demandado del ecosistema tecnológico no es técnico. Se denomina especialista en gobernanza de IA (AI Governance Specialist) y no exige saber programar. Exige algo más infrecuente: entender el contexto, anticipar el impacto y diseñar límites. Según Jones, este perfil será clave no solo por la presión regulatoria —como la Ley de IA de la UE—, sino porque el sistema necesita con urgencia nuevos mediadores entre la capacidad técnica y la legitimidad institucional.
Lo interesante no es el dato, sino lo que deja entrever: la inteligencia artificial ha llegado a un punto en el que lo difícil ya no es hacerla funcionar, sino hacerla convivir con lo que ya existe. La pregunta ya no es cómo construir IA, sino cómo gobernarla sin destruir lo que la rodea. Y, para eso, el mercado empieza a mirar hacia otros saberes: no hacia quienes dominan el modelo, sino hacia quienes saben encuadrarlo.
Gobernar lo que no se explica, pero sí se siente
En una época en la que la tecnología parece avanzar por inercia, detenerse a definir el marco se vuelve un acto político. El auge de los especialistas en gobernanza de IA no es una excentricidad del mercado, sino una respuesta estructural: cada avance técnico genera una zona de sombra donde el código no alcanza. Riesgo reputacional, vacíos legales, dilemas éticos, sesgos estructurales. Todo eso no se corrige con más líneas de Python, sino con una arquitectura institucional capaz de decir: «hasta aquí».
Jones no propone un modelo teórico. Su conjunto de 17 indicaciones de diagnóstico ofrece a profesionales con experiencia en derecho, cumplimiento, estrategia o comunicación una hoja de ruta concreta para pivotar hacia este nuevo rol. Lo central es el criterio: no se trata de acceder al mundo de la IA por la vía técnica, sino por la vía del impacto.
Y eso cambia las reglas de entrada.
La IA como prótesis en un cuerpo envejecido
Este movimiento no ocurre en el vacío. Coincide con otro fenómeno estructural: el retiro masivo de la generación baby boomers. Solo en EE. UU., 16 millones de trabajadores dejarán el mercado entre 2025 y 2035. No hay relevo suficiente. Y, mientras los sistemas sociales tambalean, algunas consultoras —Vanguard, entre ellas— proponen a la IA como pieza sustitutiva de esa productividad perdida.
Pero la cuestión no es si la IA puede producir más, sino si puede producir sentido. Porque en muchos sectores lo que desaparece con la jubilación no es solo fuerza laboral, sino experiencia encarnada, saber contextual, criterio profesional. Es ahí donde el «gobierno» de la tecnología se vuelve urgente. Si se introduce sin rediseño, la IA no compensa: distorsiona.
El fin de la escalera
El problema se agudiza en otro punto ciego: la desaparición de los roles de entrada. Automatizar tareas iniciales —modelado financiero, redacción jurídica, revisión de informes— puede parecer eficiente, pero elimina también el espacio desde el cual aprender. Lo que antes era escalera profesional hoy es salto al vacío. Y ese salto exige otra estrategia.
El marco de Jones no está pensado para perfiles júnior. Está diseñado para quienes ya han acumulado experiencia institucional, pero no encajan en los perfiles técnicos: profesionales que han tomado decisiones, gestionado normas, leído matices. Para ellos, la IA no es un lenguaje nuevo que haya que aprender, sino un entorno que pueden traducir. No necesitan escribir código: necesitan gobernarlo.
El valor ya no está en el cargo, sino en la capacidad
Este no es un fenómeno aislado. La estructura misma del trabajo está cambiando. La organización clásica —funciones cerradas, jerarquías estables, títulos como identidad— se desdibuja. Hoy, lo que da valor no es el cargo, sino la capacidad de atravesar funciones: diseñadores que programan, comunicadores que lideran estrategia, analistas que diseñan producto. Esa hibridación, antes marginal, ahora es modelo dominante.
La IA, en lugar de suprimir esta tendencia, la acelera. Al automatizar lo técnico, libera al profesional para operar con más autonomía. Lo que antes eran límites formativos ahora son zonas de expansión. En ese contexto, el AI Governance Specialist no es un rol exótico, sino una figura anticipatoria: la de quien conecta lo técnico con lo político, lo operativo con lo legal, lo posible con lo aceptable.
No programar ya no es una desventaja
Durante años, no saber programar fue una forma silenciosa de exclusión. En el discurso sobre el futuro, los perfiles no técnicos parecían invitados de segunda fila. Hoy, la evidencia dice otra cosa: los empleos que crecen no exigen saber más, sino decidir mejor. El valor está en quienes pueden decir «no», «todavía no» o «sí, pero así».
No es casualidad que el perfil más buscado de 2025 (hablamos de Estados Unidos) no sea un ingeniero, sino un responsable de gobernanza. Tampoco lo es que las bandas salariales para ese puesto oscilen entre 130.000 y 200.000 dólares. Es un síntoma: en tiempos de automatización acelerada, el criterio escasea más que el talento técnico.
Gobernar es asumir consecuencias
El marco de Jones no es solo una guía profesional: es un espejo del presente. Vivimos en un sistema tecnológico tan potente que ya no necesita más eficiencia, sino más fricción. Más gobierno. Y gobernar, en este contexto, no es entender cómo funciona la herramienta: es asumir las consecuencias de usarla.
Eso exige otra forma de poder. Un poder que no depende del código, sino del criterio; que no se ejerce desde la línea de comandos, sino desde la responsabilidad institucional. No programar no te deja fuera del futuro: te hace más necesario que nunca.