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AMC y la IA: el cine entra en fase generativa

La alianza entre AMC y la plataforma de IA generativa Runway no representa una ruptura con el pasado, sino la evolución lógica de una industria que lleva décadas automatizando procesos. Desde el uso de cromas hasta el CGI, el cine ha incorporado herramientas técnicas que desplazaron parte del trabajo humano en favor de eficiencia y control visual.

Sin embargo, lo que cambia con la IA generativa es el momento en el que estas tecnologías entran en juego: ya no en posproducción, sino en fases previas al rodaje. La llamada previsualización generativa permite simular escenas, estilos y atmósferas antes de elegir actores o construir decorados. Esta inversión de fases introduce una lógica algorítmica en el corazón mismo del cine, donde el acto creativo ya no es solo escribir o filmar, sino también modelar con prompts.

Preproducción infinita: cuando todo puede modelarse antes de hacerse

El prerrodaje digital promete acortar plazos, reducir costes y minimizar riesgos, pero también redefine la esencia de la creación audiovisual. Con herramientas generativas, un estudio puede probar versiones múltiples de una escena sin necesidad de grabar una sola toma. Esto afecta tanto al lenguaje visual como al guion, que deja de ser una estructura cerrada para convertirse en una hipótesis visual iterativa.

La idea de storyboard se expande hacia una especie de simulación narrativa continua, donde cada decisión se puede modelar antes de tomarla. Aunque esto aumenta el margen de maniobra, también diluye la noción de espontaneidad y cambia la naturaleza del control creativo: dirigir deja de ser una práctica en el set y empieza a parecerse a parametrizar un sistema.

Promocionar lo que no existe: el marketing se adelanta al producto

Uno de los usos más pragmáticos de la IA generativa en la industria es la creación de materiales promocionales antes de que exista un producto terminado. Empresas como Lionsgate están explorando versiones animadas de películas aún no producidas, tanto para testear reacciones como para captar inversión o interés temprano.

El tráiler, tradicionalmente una consecuencia del montaje, se convierte así en una herramienta anticipatoria, casi especulativa. Esto reconfigura la lógica del marketing: se promociona un concepto más que un contenido final, una promesa estilística antes que una obra cerrada. El cine se aproxima al modelo de los videojuegos o las startups, donde el MVP (producto mínimo viable) puede ser una demo visual generada algorítmicamente, sin actores, sin localizaciones y, a veces, sin historia definitiva.

La autoría borrosa: ¿quién crea cuando se crea con prompts?

A medida que las herramientas generativas se integran en los procesos creativos, surge una cuestión clave: ¿quién es el autor de una obra moldeada por inteligencia artificial? Si una escena, un póster o incluso un arco narrativo han sido configurados mediante descripciones textuales, ¿es el guionista quien la ha imaginado, el diseñador que escribió el prompt o el sistema que interpretó ambos? Este desplazamiento de la autoría hacia zonas difusas obliga a repensar la lógica de los créditos, los derechos y el prestigio artístico.

La creatividad, entendida como un proceso lineal entre idea y ejecución, se fragmenta en capas de intervención. En este nuevo contexto, quizá el rol clave no sea ya el de director o guionista, sino el de arquitecto de inputs: quien sabe guiar a la máquina para traducir visión en forma.

Un nuevo cine posible: entre lo inevitable y lo incierto

La historia del cine es también la historia de su tecnificación. El paso del celuloide al digital, de la cámara analógica al dron, del maquillaje al CGI, ha ido desplazando las fronteras de lo que entendemos por “rodar una película”. La inteligencia artificial no es, en ese sentido, una ruptura, sino una continuación acelerada. Sin embargo, a diferencia de otras innovaciones técnicas, la IA tiene el potencial de abarcar la cadena completa: desde el concepto hasta la comercialización.

Esto plantea una transformación más estructural que estética. No se trata solo de cómo se hacen las películas, sino de quién las imagina, con qué herramientas y bajo qué lógicas. Quizás no asistimos al fin del cine, pero sí al nacimiento de una etapa donde la creatividad se redistribuye entre humanos y sistemas. Y eso, como mínimo, exige nuevas preguntas.

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