Contenido personalizado con IA: el dilema de Showrunner

El reciente lanzamiento de Showrunner, una plataforma de Fable con inversión de Amazon, marca un punto de inflexión en el paradigma audiovisual. Ya no se trata de adaptar contenido a nichos, sino de crear episodios completos con inteligencia artificial a partir de simples prompts. El usuario ya no escoge lo que ve: lo genera. A través de un modelo de negocio basado en créditos y promesas de ingresos compartidos por copropiedad creativa, Showrunner difumina las fronteras entre espectador, autor y programador.
Este modelo de generación hiperpersonalizada se sitúa en la línea de una evolución tecnológica ya iniciada por plataformas de streaming, pero la lleva a su extremo lógico: si Netflix personaliza portadas y recomendaciones, Showrunner personaliza la narrativa. Lo que emerge no es una obra colectiva, sino un ecosistema de ficciones simultáneas, donde cada experiencia audiovisual es distinta y posiblemente irrepetible. La consecuencia inmediata es la erosión de cualquier forma de canonicidad narrativa y, por ende, de conversación compartida en torno al contenido.
La autoría en crisis: ¿quién crea cuando crea una IA?
El desplazamiento de la autoría hacia zonas difusas no es una novedad, pero la velocidad con que las IA están ocupando el terreno creativo exige replanteamientos urgentes. En Showrunner, ¿quién es el autor? ¿El usuario que formula el prompt, el sistema que interpreta, la empresa que entrena el modelo, o la base de datos audiovisual que alimenta la generación?
La creación deja de ser un proceso lineal y se convierte en un ensamblaje algorítmico, donde la creatividad reside en la habilidad para parametrizar inputs. En este contexto, la figura del “guionista” muta hacia un rol más técnico, próximo al de arquitecto de experiencias generativas. El problema no es solo jurídico —¿quién ostenta los derechos?—, sino también simbólico: el prestigio artístico, históricamente ligado a una visión autoral, se disuelve en la dinámica colaborativa entre humanos y máquinas.
Aquí aparece un vínculo directo con los cambios que ya atraviesa la industria del cine, tal y como comentábamos en el análisis AMC y la IA: el cine entra en fase generativa. En él se explora cómo las herramientas generativas están transformando la preproducción en una fase iterativa, desdibujando la frontera entre imaginar, modelar y crear. La autoría, en ese escenario, ya no es el punto de partida: es un residuo interpretativo.
La experiencia compartida en declive: del episodio colectivo al contenido burbuja
La personalización extrema que promete Showrunner no solo afecta a los creadores, sino también al público. La experiencia de ver una serie siempre ha implicado una dimensión colectiva: hablar sobre un episodio, compartir interpretaciones, establecer códigos comunes. ¿Qué sucede cuando ese episodio ya no existe de forma idéntica para dos personas?
La cultura audiovisual puede fracturarse en una constelación de narrativas privadas, cada una diseñada para complacer los sesgos, emociones y ritmos de un solo individuo. Esta lógica es coherente con la deriva algorítmica que domina las plataformas digitales, donde la retroalimentación constante de preferencias refuerza burbujas perceptivas.
Ya hoy, el lenguaje emocional y agresivo del cine está evolucionando conforme a las dinámicas de consumo impuestas por plataformas OTT, como vimos en Del cine a la publicidad: Cómo la IA revela la evolución del lenguaje y su impacto en la comunicación. Las herramientas de IA han permitido detectar cambios significativos en el tono de los diálogos cinematográficos, con correlaciones directas entre género, canal de distribución y carga emocional. En ese contexto, Showrunner lleva esta lógica al extremo: el contenido no se adapta a un perfil estadístico, sino que se genera para un sujeto único.
El resultado es una descomposición del relato común. Lo que antes era un terreno de encuentro cultural —la serie que todos comentaban el lunes— se convierte en una experiencia privada, solitaria y a medida.
Ética, gobernanza y futuro: ¿puede regularse lo irrepresentable?
Los desafíos que plantea la IA generativa en el campo audiovisual son múltiples y sistémicos. No basta con preguntarse si una IA puede escribir un guion o generar una escena: hay que preguntarse también qué principios guían esos procesos, qué sesgos se refuerzan y qué límites deben establecerse. Desde el punto de vista jurídico, la propiedad intelectual enfrenta una era de colapso normativo, incapaz de responder a escenarios donde los autores son entidades colectivas (empresa, usuario, modelo, base de datos).
Desde la ética, el reto es aún más complejo. ¿Debe una IA generar contenido que reproduce patrones de violencia emocional o lingüística detectados en corpus pasados? ¿Cómo se evita que la hiperpersonalización refuerce discursos problemáticos bajo demanda? La gobernanza responsable de la IA ofrece una hoja de ruta basada en principios como transparencia, equidad, supervisión humana y bienestar social. Sin embargo, su aplicación al contenido cultural generativo plantea dilemas únicos, ya que el producto no es una decisión automatizada, sino una narrativa con impacto emocional y simbólico.
Tal vez el verdadero dilema no sea si estas plataformas deben existir, sino bajo qué marcos deben operar. La disyuntiva no es técnica, sino política y cultural: ¿queremos un futuro narrativo hecho a la medida del usuario o una esfera cultural que preserve lo común, lo inesperado y lo compartido?