El periodismo frente a la IA: ¿quién cuenta ahora la historia?

Josh soñaba con ser periodista desde que era adolescente. Su obsesión por contar historias le llevó a trabajar durante años en una redacción regional, cubriendo con rigor temas locales, investigando a fondo y construyendo vínculos genuinos con su comunidad. Sin embargo, como relata Nate Jones, la llegada masiva de herramientas de automatización —y el entusiasmo corporativo por reducir costes— lo dejó fuera del juego.
El problema no fue la IA en sí, sino la manera en que se aplicó sin mediación humana, sin empatía, sin transición. Josh representa a miles de profesionales invisibilizados, cuyas trayectorias fueron interrumpidas por decisiones tecnológicas adoptadas desde una lógica puramente funcional. Esta historia no es un caso aislado, sino un síntoma estructural de un cambio que avanza sin mirar atrás.
Periodismo despersonalizado: un modelo roto antes de la IA
El desplazamiento de profesionales como Josh no puede explicarse sólo desde la disrupción tecnológica. La crisis del periodismo tiene raíces más profundas y anteriores. Desde hace años, las redacciones tradicionales fueron despersonalizándose, convirtiéndose en fábricas de contenido rápido, superficial y dirigido al algoritmo. El modelo ya estaba roto: los grandes medios priorizan métricas sobre contexto, clickbait sobre análisis, y repetición sobre profundidad.
En este escenario, la IA no hace más que acelerar una deriva ya iniciada. Tal y como explicaba hace unos días, en el artículo “El nuevo comunicador”, el comunicador ya no puede limitarse a escribir; debe diseñar sistemas narrativos con sentido. Pero, ¿qué sucede cuando ni siquiera queda espacio para el sentido, y todo se reduce a eficiencia sin alma? La responsabilidad no es de la tecnología, sino de quienes decidieron aplicarla sin criterio profesional ni visión ética.
Sin periodistas locales, sin democracia
Un reciente informe de Muck Rack reveló que en Estados Unidos solo quedan 8,2 periodistas locales por cada 100.000 habitantes. Más de mil condados no tienen ni un solo reportero, y ciudades como Los Ángeles han visto colapsar su red de cobertura vecinal.
Esta realidad, recogida en el boletín Tendenci@s #132, muestra que la precarización no afecta solo a las pequeñas poblaciones. La desaparición del periodismo local implica mucho más que pérdida de empleo: socava la rendición de cuentas, erosiona la confianza ciudadana y debilita la salud democrática. Si nadie cuenta lo que pasa en tu barrio, ¿quién fiscaliza al poder más cercano? Este vacío no lo llenan ni las redes sociales ni las plataformas de IA. El periodismo local era —y sigue siendo— una infraestructura crítica de la vida cívica, ahora en riesgo estructural.
Alternativas invisibles: los otros que sí cuentan
Frente al derrumbe del modelo tradicional, han emergido nuevas voces desde los márgenes. Un ecosistema atomizado de medios independientes, creadores de contenido, y periodistas híbridos está reinventando la práctica desde abajo. Muchos youtubers o streamers aplican criterios periodísticos —verificación, análisis, contacto con la audiencia— aunque operen fuera de las estructuras convencionales.
Estos actores han sabido retener lo mejor del oficio: la autenticidad, la conexión emocional, la imprevisibilidad. En contraposición, los grandes medios siguen repitiendo tertulias previsibles con los mismos opinadores de siempre. Aquí cobra fuerza la tesis que expuse en el artículo “La belleza de la imperfección en la era de la IA”: lo que conecta no es la perfección algorítmica, sino el error humano, la emoción genuina, la narración comprometida. Estas alternativas no deben ser vistas como amenazas, sino como laboratorios del periodismo que viene.
Rehumanizar la narrativa: ética, empatía y derecho a contar
El futuro del periodismo no puede definirse solo en términos tecnológicos. La pregunta no es qué puede hacer la IA, sino quién tiene derecho a contar historias, en qué condiciones y para qué fines. La historia de Josh, como tantas otras, muestra que detrás de cada innovación hay biografías, malestares, silencios. Recuperar la empatía —como práctica profesional y como valor narrativo— es urgente. La confianza no se reconstruye con dashboards ni con prompts; se recupera escuchando, representando, implicándose.
El profesional de la palabra debe convertirse en un arquitecto de sistemas éticos, no solo eficientes. Quizá, en lugar de seguir preguntándonos cómo salvar al periodismo, deberíamos volver a preguntar quién lo está haciendo hoy, desde dónde, y con qué consecuencias. A veces, las respuestas están fuera del foco, entre quienes aún creen que contar es una forma de cuidar.