¿Quién lee a quién? La audiencia invisible de Perplexity

La inteligencia artificial ha cruzado un umbral incómodo: por primera vez, una gran plataforma reconoce que las lecturas realizadas por máquinas pueden tener el mismo valor que las humanas. Perplexity, con el lanzamiento de su suscripción Comet Plus y un programa de 42,5 millones de dólares destinado a medios, inaugura un modelo de reparto en el que el 80% de una cuota de cinco dólares se destina a los editores cuyos contenidos son consumidos por el asistente.
El gesto parece histórico, pero también profundamente ambiguo: ¿qué significa pagar por audiencias que tal vez ya no puedan considerarse como tales? ¿Estamos ante un futuro de ingresos sostenibles o ante la institucionalización del clic fantasma?
El espejismo del reparto: cifras simbólicas en medio de la crisis
A primera vista, la fórmula suena prometedora: los usuarios pagan una suscripción y los medios reciben un porcentaje. Sin embargo, las cifras se diluyen con rapidez. Un 80% de cinco dólares es apenas cuatro dólares por cada suscriptor global. Frente a la magnitud de la crisis que atraviesa el periodismo —redacciones reducidas, ingresos publicitarios desplomados, audiencias fragmentadas—, la propuesta parece un gesto más político que económico.
Comparada con el mercado publicitario tradicional, donde una gran cabecera puede facturar decenas de millones anuales, esta nueva vía representa poco más que un paliativo. Lo simbólico prevalece sobre lo estructural: se paga, sí, pero en una escala insuficiente para revertir la precariedad del sector.
La grieta conceptual: ¿qué significa “audiencia” en la era de los agentes?
El verdadero debate, sin embargo, no está en la cuantía del reparto, sino en el sujeto de ese pago. Hasta ahora, la noción de audiencia se vinculaba a cuerpos presentes: visitas humanas, minutos leídos, clics tangibles. Con Perplexity surge una grieta inédita: la lectura ya no requiere ojos ni atención, basta con que un agente autónomo consuma un artículo para que se contabilice como tráfico. ¿Puede llamarse lector a quien no lee?
La diferencia es tan radical como entre un visitante que hojea un libro en la biblioteca y un dron que digitaliza su contenido sin detenerse en las palabras. La navegación misma se ha vuelto invisible y ahora comprobamos que la audiencia también puede evaporarse.
Presión legal y política: un movimiento defensivo
No es casual que este programa emerja en un contexto de demandas colectivas y órdenes de cease-and-desist contra las plataformas de IA. Perplexity, al abrir un reparto económico con publishers, intenta construir un escudo reputacional y jurídico: mostrarse como socio en lugar de depredador. La jugada recuerda a los acuerdos que Google firmó tiempo atrás con algunos conglomerados mediáticos para mitigar la presión política.
Sin embargo, el trasfondo es distinto: mientras el buscador pagaba por clics humanos que generaban ingresos publicitarios, ahora se paga por “lecturas” ejecutadas por algoritmos. Cada actor experimenta con formas de rentabilizar la interacción; en este caso, Perplexity elige la ruta más etérea: contabilizar el consumo de agentes como si fueran audiencias legítimas.
La economía del clic fantasma
Lo que emerge es un ecosistema donde la transacción no ocurre entre humanos, sino entre inteligencias que simulan comportamientos de usuarios. En lugar de medir la atención, se mide la mediación: cada vez que un asistente procesa un contenido, se genera valor contable. Esta economía del clic fantasma convierte la esfera pública en un teatro vacío: estadísticas infladas por presencias invisibles, gráficos ascendentes que no se traducen en comunidad ni en un impacto social real.
El problema no es solo económico, sino político: si aceptamos que los agentes autónomos formen parte de la audiencia, corremos el riesgo de redefinir la noción misma de público. ¿Debe una IA pagar por cada lectura que realiza? ¿Vale lo mismo un clic humano que uno generado por un asistente? ¿Qué pasa cuando el grueso del tráfico web ya no proviene de personas sino de algoritmos?
Entre humo y horizonte
El movimiento de Perplexity es, al mismo tiempo, pionero y sintomático. Reconoce un cambio que otros gigantes aún niegan: la IA no solo intermedia la información, también la consume. Sin embargo, su propuesta económica sigue siendo insustancial, incapaz de sostener la estructura mediática en crisis. Lo que se abre no es un nuevo modelo de negocio, sino un espejo que refleja nuestra transición hacia un internet donde los vínculos humanos pesan menos que las transacciones automáticas.
La pregunta no es si las plataformas deben pagar, sino qué estamos midiendo cuando hablamos de audiencia. Entre clics fantasma y lectores de carne y hueso, el futuro de la web depende, precisamente, de esa diferencia.