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¿Qué pintamos los humanos en redes sociales?

Meta ha empezado a probar en Instagram una función que sugiere comentarios automáticos generados por inteligencia artificial. La herramienta, llamada “Write with Meta AI”, analiza el contenido visual de las publicaciones y propone frases suaves y correctas como “Bonita decoración de la sala” o “Me encanta el ambiente acogedor”. Si no te convencen, puedes pedir más sugerencias hasta encontrar una que encaje.

Lo he leído en TechCrunch, y señalan que algunos usuarios ya pueden acceder a esta función desde un ícono de lápiz junto a la barra de comentarios. Meta, fiel a su estilo, declara estar “probando regularmente nuevas funciones de IA para mejorar la experiencia en sus aplicaciones”.

¿Mejorar la experiencia? ¿De quién, exactamente?

Hace unos años, cuando usábamos Facebook por primera vez, lo hacíamos para estar cerca, para compartir lo cotidiano, para construir una presencia digital que todavía llevaba algo de nuestra voz. Hoy, esa voz ya no parece necesaria. Las plataformas nos están empujando, cada vez más, hacia un modelo en el que ni siquiera hace falta pensar lo que decimos. La IA se encarga de eso. Pulsa un botón y te devuelve una frase amable, perfectamente neutra, perfectamente inútil.

La pregunta es inevitable: ¿qué pintamos los humanos en todo esto?

Redes sociales sin alma

Durante un tiempo, pensamos que las redes eran una extensión de la vida. Lugares imperfectos donde podíamos celebrar, debatir, equivocarnos o desaparecer. Pero lo que está ocurriendo es otra cosa. Las plataformas no evolucionan hacia la autenticidad, sino hacia el simulacro. Las conversaciones ya no importan; lo que cuenta es el ritmo, el volumen, la permanencia.

En ese contexto, los comentarios generados por IA no son una anécdota técnica. Son una declaración de intenciones. El siguiente paso lógico en un ecosistema que prioriza la eficiencia por encima del vínculo, y la comodidad por encima de la conexión real.

Las emociones empaquetadas

¿Te parece excesivo? Tal vez. Pero cuesta no recordar esas imágenes de Matrix, con cuerpos humanos conectados a máquinas que les extraen energía. No es que Instagram nos utilice como baterías, pero sí como recursos: cada gesto, cada clic, cada palabra que parece humana es una oportunidad de monetización. Lo humano ya no es el centro de la experiencia digital; es la materia prima.

Y entonces, cuando dejamos que la IA comente por nosotros, no estamos ganando tiempo: estamos cediendo espacio. Estamos permitiendo que otra capa de automatización se interponga entre lo que pensamos y lo que expresamos. Entre lo que vemos y lo que sentimos.

Volver a decir algo

No se trata de rechazar la tecnología, ni de volver al Facebook de 2010 por nostalgia. Se trata de algo más esencial: reivindicar el lenguaje como espacio humano. Defender el derecho a escribir algo torpe, exagerado, emotivo o sarcástico sin que un sistema nos sugiera cómo sonar más “correctos”.

Porque si los comentarios ya no son nuestros, si nuestras palabras son intercambiables por un algoritmo, si lo que decimos importa menos que lo que generamos… ¿qué queda de nosotros en todo esto?

Tal vez aún estemos a tiempo de recuperar las redes como lugares de expresión y no solo de consumo. De volver a decir algo. Aunque sea con faltas de ortografía. Aunque sea tarde. Aunque no guste al algoritmo.

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