La IA amenaza el 50% de empleos de entrada, advierte Anthropic

Durante años, el discurso dominante sobre inteligencia artificial y empleo se ha sostenido en una narrativa tranquilizadora: que la automatización sustituiría únicamente tareas mecánicas o predecibles, dejando intactas las ocupaciones cognitivas complejas. Sin embargo, recientes declaraciones de Dario Amodei, CEO de Anthropic, han quebrado esa calma aparente. Su afirmación de que en menos de cinco años podrían desaparecer hasta el 50% de los empleos de entrada —aquellos que suelen ser el primer peldaño en muchas trayectorias profesionales— marca un punto de inflexión en el debate público.
La diferencia no está tanto en la novedad del riesgo, sino en la autoridad y especificidad con que ahora se plantea. La IA ya no solo es una amenaza a largo plazo, sino una disrupción que acelera a escala estructural. Y lo hace desde el corazón mismo de las industrias tecnológicas que antes minimizaban su impacto laboral. Ante este giro, la pasividad política, educativa y empresarial ya no es viable.
Programar se automatiza: el primer dominó en caer
Amodei advierte que, en menos de un año, la mayoría del código podría estar siendo escrito por sistemas de IA. Aunque esta predicción resulta impactante, es necesario matizarla desde una perspectiva técnica y práctica. Si bien los modelos de lenguaje actuales son capaces de generar fragmentos de código funcional y acelerar procesos de desarrollo, todavía presentan limitaciones en fiabilidad, comprensión de contexto y gestión de errores complejos. Su adopción masiva sin supervisión humana sería, hoy por hoy, arriesgada.
Sin embargo, en entornos corporativos avanzados, donde ya existen departamentos especializados y grandes volúmenes de datos estructurados, la integración de estas herramientas está avanzando rápidamente. Lo que está en juego no es la eliminación completa del rol humano, sino su desplazamiento hacia tareas de validación, diseño de arquitecturas o resolución de errores.
Si bien los modelos actuales pueden generar grandes volúmenes de código, aún dependen de la supervisión humana para garantizar calidad y coherencia. Herramientas como GitHub Copilot ya generan más del 46% del código en proyectos activos, pero estudios del MIT-IBM demuestran que los errores aumentan si no hay intervención humana. Por tanto, el desarrollo de software no se orienta a la sustitución total, sino hacia una colaboración híbrida: la IA ejecuta el grueso operativo, mientras el profesional aporta visión, criterio y control de calidad.
El efecto dominó: empleos de entrada, el gran sacrificio
El verdadero impacto, según Amodei, no será tanto en la sofisticación técnica como en la base del mercado laboral: los puestos de entrada. Aquellos empleos que hoy permiten a jóvenes profesionales, administrativos o trabajadores de servicios iniciar su carrera, podrían quedar obsoletos al ser absorbidos por sistemas automatizados. Esta transformación afectará especialmente a sectores donde el valor añadido es escaso y las tareas son fácilmente replicables por algoritmos, como soporte técnico, análisis de datos preliminar o gestión de contenidos básicos.
Pero el problema no radica únicamente en la pérdida numérica, sino en el desmantelamiento de los escalones de ascenso laboral. Sin posiciones iniciales, se rompe el ciclo de aprendizaje, experiencia y promoción. El futuro laboral dependerá, por tanto, de la capacidad colectiva para redefinir funciones humanas con propósito: en la supervisión crítica, la formación de IA, la atención emocional o la toma de decisiones éticas. Más que sustituir, el reto está en reconstruir el mapa del trabajo con una nueva lógica de valor.
Políticas audaces para un cambio sísmico
Ante este escenario, Amodei no solo alerta, sino que propone medidas. Una de las más significativas es la implementación de un impuesto sobre el uso intensivo de modelos de IA, conocido como “token tax”. Inspirado en los modelos fiscales medioambientales, este impuesto se aplicaría en función del volumen de procesamiento computacional, incentivando así un uso más responsable y redistributivo de la tecnología. La recaudación podría destinarse a programas de reciclaje laboral, acceso a formación digital o compensación en sectores especialmente golpeados.
La propuesta es audaz, pero también coherente con un enfoque de sostenibilidad económica y social. Además, abre la puerta a una nueva forma de gobernanza tecnológica, donde el Estado no es un mero espectador sino un actor que regula, orienta y equilibra. En este nuevo contrato social, los medios de comunicación también tendrán un papel esencial: el de explicar, advertir y preparar a la ciudadanía para cambios que, si no se gestionan, no solo afectarán al empleo, sino a la cohesión democrática. La IA no es ni milagro ni catástrofe. Es una herramienta poderosa que exige dirección humana.