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IndiaAI Impact Summit: el Sur Global entra en el tablero digital

La IndiaAI Impact Summit, prevista para febrero de 2026, no será una cita técnica más. Tal y como explica Ima Bello en Sustack, se presenta como el primer intento del Sur Global de traducir la inteligencia artificial en diplomacia. Su propósito declarado —impulsar el primer Informe Internacional de Seguridad en IA— encierra una ambición mayor: disputar el relato sobre quién tiene derecho a definir las reglas de la inteligencia artificial global.

La India entra en un tablero saturado por potencias que se mueven en direcciones opuestas, cada una con su propia definición de “seguridad” y “legitimidad”. Mientras Estados Unidos acelera sin marco ético, China busca independencia tecnológica, Europa insiste en su moral regulatoria y Singapur ofrece neutralidad técnica, Nueva Delhi propone algo distinto: articular una voz colectiva del Sur, capaz de unir poder técnico emergente y legitimidad política.

Un tablero líquido: poder, acceso y relato

El año 2025 no dibuja una línea de causa y efecto; es un mapa que se reconfigura en tiempo real. Ningún actor espera al otro. Washington desregula, Pekín abarata, Bruselas regula, Singapur media, y cada movimiento altera el equilibrio de los demás.

En ese contexto movedizo, la India aparece como una novedad estructural. No compite por chips ni por modelos fundacionales, sino por narrativa. Pretende ser el país que devuelva al debate sobre inteligencia artificial una dimensión política que las potencias tecnológicas habían desplazado: la representación.

Su objetivo no es imponer un estándar, sino crear un espacio donde las reglas no dependan del hardware dominante ni del capital privado. De ahí el simbolismo de la cumbre: convocar desde el Sur no significa reclamar autonomía técnica inmediata, sino exigir legitimidad en la arquitectura global de la IA.

EE. UU. y China: la supremacía sin consenso

La agenda india no surge en el vacío: responde a una dinámica de poder que en 2025 alcanzó su madurez, la consolidación de un duopolio imperfecto.

Por un lado, el AI Action Plan estadounidense, centrado en la expansión y la desregulación, asume que la velocidad es una forma de poder. La ética se relega a las declaraciones, mientras la inversión pública sostiene la carrera privada.

Por otro, la estrategia DeepSeek R2 de China reconfigura la competencia al convertir la eficiencia en arma geopolítica: su IA barata y su hardware nacional prometen democratización, pero bajo un marco legal cerrado.

Ambos modelos comparten una premisa: el liderazgo tecnológico como justificación moral de sí mismo. En ese terreno, la India busca una salida distinta. Sabe que no puede igualar la potencia ni la inversión, pero sí puede ofrecer algo escaso: credibilidad política ante el Sur Global.

Singapur, Europa y la diplomacia técnica

Antes que la India, Singapur había demostrado que la diplomacia tecnológica podía existir sin bloques. Su reunión internacional de institutos de seguridad en IA —once países, con presencia simultánea de EE. UU. y China— ofreció un modelo viable: cooperación técnica sin cesión de soberanía. Pero la neutralidad tiene un límite: carece de legitimidad representativa.

Europa, mientras tanto, insiste en el paradigma del control ético. Su AI Act consolida derechos y transparencia, pero el coste político es la irrelevancia geoestratégica. Entre la aceleración estadounidense y la centralización china, Bruselas queda como árbitro sin influencia real.

La India observa ambos ejemplos: el pragmatismo técnico de Singapur y la consistencia normativa europea. Su cumbre pretende integrar ambos lenguajes —la interoperabilidad del primero y la responsabilidad del segundo—, pero desde una posición que refleje la pluralidad del Sur.

La ONU y el nuevo multilateralismo digital

El anuncio de un panel científico permanente de Naciones Unidas sobre inteligencia artificial refuerza la dimensión institucional del debate. Su mandato —traducir conocimiento técnico en recomendaciones políticas— abre una ventana de coordinación global. Sin embargo, el éxito de ese esfuerzo dependerá de su capacidad para incorporar voces ajenas al eje euroatlántico.

La India busca anclar su cumbre precisamente ahí: en la intersección entre saber técnico y legitimidad política. Al ofrecerse como anfitriona del Sur Global, intenta garantizar que el panel de la ONU no se convierta en un club de expertos occidentales, sino en un foro donde la diplomacia tecnológica refleje la diversidad de intereses.

Su propuesta no pretende sustituir el poder existente, sino multiplicarlo mediante el consenso. No es ingenuidad, sino cálculo: la legitimidad colectiva puede convertirse en capital político para quienes carecen de poder computacional.

De la competencia al equilibrio

La pregunta no es si la India puede liderar, sino si puede equilibrar.

En el ecosistema actual, el liderazgo ya no se mide solo en innovación, sino en capacidad de generar confianza. Si la IA se ha convertido en el nuevo terreno de disuasión —como lo fue el átomo—, su estabilidad dependerá de que existan mediadores creíbles.

La India se ofrece como uno de ellos. Con una industria en crecimiento, una diáspora técnica influyente y una política exterior que combina pragmatismo y ambición, intenta ocupar el espacio que dejaron vacante las potencias agotadas por su propia competencia.

Suiza ya ha manifestado su intención de acoger la cumbre de 2027, lo que sugiere una continuidad diplomática. Pero la clave está en si el impulso indio logrará consolidar una arquitectura en la que la IA no sea solo campo de rivalidad, sino también instrumento de equilibrio.

Legitimidad, la nueva frontera del poder

El poder técnico define la infraestructura del siglo XXI, pero la legitimidad definirá su gobernanza. La India entra en escena no para ganar la carrera, sino para cambiar las reglas de participación.

La historia de la inteligencia artificial global ya no es solo una disputa por chips o modelos: es una pugna por la autoridad de decidir qué significa “seguridad” y para quién.

Tal vez el Sur Global no consiga aún redistribuir el poder, pero empieza a redistribuir el lenguaje. En un mundo saturado de supremacías, eso ya es una forma de influencia.

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