El relevo demográfico y la promesa ambigua de la IA

La gran amenaza para la economía estadounidense (extrapolable a lo que comúnmente se conoce como «Occidente») en la próxima década no es una recesión abrupta ni un colapso tecnológico, sino algo más predecible y silencioso: la jubilación de 16 millones de baby boomers entre 2025 y 2035.
El impacto será doble: menos trabajadores disponibles y mayor presión sobre los sistemas sociales. Ante este vacío, algunos analistas —entre ellos, Vanguard— ven en la inteligencia artificial una suerte de prótesis capaz de sostener la productividad perdida. Una de mis newsletters de referencia, Exponential View or Azeem Azhar, lo analiza aquí.
La cuestión no es si la IA puede producir más, sino si logra producir sentido.
La magnitud del vacío: el shock demográfico en cifras
Los baby boomers representaron durante décadas la base de la fuerza laboral más grande del mundo desarrollado. Su salida masiva no constituye una disrupción coyuntural, sino una mutación estructural. Se estima que, en Estados Unidos, por cada dos trabajadores que se jubilen en la próxima década, apenas uno ingresará en condiciones de reemplazarlos.
La metáfora del “tsunami demográfico” resulta precisa: no es una ola que destruye de golpe, sino una erosión progresiva que socava la playa del empleo. Aquí surge la pregunta incómoda: ¿puede la IA llenar ese vacío sin reproducir exclusiones.
Productividad aumentada: la promesa de la inteligencia artificial
Según Vanguard, cuatro de cada cinco ocupaciones podrían automatizar hasta un 43 % de sus tareas mediante inteligencia artificial. No se trata de eliminar empleos, sino de redefinirlos: liberar a los humanos de rutinas repetitivas para asignarlos a funciones de mayor valor.
Sin embargo, ya hemos advertido que la ilusión de productividad puede ser una trampa: hacer más no significa hacer mejor. Si la IA se introduce sin rediseñar procesos, solo acelera errores y multiplica ruido. La clave no es producir más outputs, sino reordenar el sentido de lo que hacemos.
Entre el auge y el estancamiento: escenarios en disputa
Vanguard propone dos escenarios: un auge de productividad, con una probabilidad del 45–55 %, o un estancamiento del 30–40 %, debido a la baja adopción tecnológica y a déficits acumulados. Ambos son verosímiles. Pero incluso en el escenario optimista acecha un riesgo: la productividad puede crecer sin generar empleo inclusivo.
Si las ganancias no se redistribuyen y el acceso a la formación sigue siendo desigual, el progreso acabará por erosionar la cohesión social. El relevo generacional se complica si desaparecen las tareas iniciales que permitían a los jóvenes aprender haciendo.
¿Qué habilidades sobrevivirán al reemplazo?
Si la IA no elimina la mayoría de los empleos, pero sí transforma radicalmente las tareas, la pregunta crucial es: ¿qué habilidades importarán? La respuesta no se encuentra en la mera técnica, sino en lo humano. Lo decisivo no es producir más rápido, sino pensar mejor, la eficiencia sin inclusión es insostenible, y la automatización de los roles de entrada amenaza con borrar la escalera de aprendizaje.
En conjunto, estos diagnósticos coinciden: las habilidades diferenciales serán la creatividad, el juicio crítico, la empatía y la capacidad de gestionar sistemas híbridos donde convivan humanos y algoritmos.
La IA como prótesis social, no como sustituto
La jubilación masiva de los baby boomers abre un vacío que ninguna máquina puede colmar por completo. La IA no reemplazará generaciones enteras, pero puede actuar como un exoesqueleto invisible que sostenga la productividad de un cuerpo social envejecido. La metáfora es clara: no sustituye músculos, los complementa. Pero, para que funcione, necesitamos rediseñar instituciones, educación y cultura laboral.
Lo novedoso es la escala del desafío demográfico; lo conocido, los riesgos de malinterpretar la IA. El futuro dependerá menos de la tecnología en sí que de nuestra capacidad colectiva de convertirla en prótesis y no en muro.