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Capitalismo con ruedines: las Big Tech ante la factura de la inteligencia artificial

El gasto en infraestructura —chips, centros de datos, energía— alcanza niveles sin precedentes: entre 300 000 y 400 000 millones de dólares solo en 2025, entre Amazon, Microsoft, Google y Meta. OpenAI, el emblema del boom, ha comprometido más de un billón de dólares en capacidad computacional futura.

En este contexto, las declaraciones de Sarah Friar, directora financiera (CFO) de OpenAI, sobre la posibilidad de recurrir a avales públicos para financiar la infraestructura de IA no son una excentricidad, sino un síntoma.

De la disrupción al endeudamiento

En artículos anteriores advertíamos que el modelo de OpenAI era brillante, pero insostenible: por cada dólar que ingresa, gasta más del doble. Esa tensión se replica ahora en todo el sector. Microsoft aumentará su capex hasta 121 000 millones el próximo año; Google, hasta 93 000 millones; Meta, hasta 72 000 millones, y Amazon, hasta 125 000 millones.

El argumento oficial es que la demanda futura lo justifica. El problema es que los ingresos no crecen al mismo ritmo. Según McKinsey, la mayoría de las implementaciones de IA generativa generan menos del 5 % de impacto en los ingresos. El flujo de caja libre de las grandes plataformas caerá un 16 % en los próximos doce meses, y los gastos ya absorben el 60 % del flujo de caja operativo.

El resultado es una paradoja: la revolución más prometedora del siglo XXI se sostiene sobre estructuras financieras propias de una burbuja. El crecimiento actual se apoya menos en beneficios reales que en la expectativa de retornos futuros. La innovación, de nuevo, gasta más rápido de lo que aprende a rentabilizarse.

Crisis o inversión estratégica

Las Big Tech lo niegan. Para sus directivos, no invertir es el mayor riesgo. Jensen Huang (Nvidia) asegura que “la subinversión sería más peligrosa que la sobreinversión”. Andy Jassy (Amazon) insiste en que la demanda justifica el gasto. Los inversores, sin embargo, muestran fatiga: Meta perdió un 13 % en bolsa tras anunciar su nueva ola de gasto; Microsoft cayó un 4 % pese a superar expectativas; solo Amazon mantiene el favor de los mercados.

El sector entra así en una fase de verificación: los próximos 24 meses decidirán si el gasto es una apuesta estratégica o una huida hacia adelante.

La irrupción de DeepSeek, capaz de entrenar modelos competitivos por una fracción del coste, introduce otra incógnita: ¿y si el verdadero problema no fuera la falta de inversión, sino su ineficiencia? Si la innovación en arquitectura logra reducir drásticamente los costes, el coloso de silicio que se está levantando podría quedar obsoleto antes de amortizarse.

La tentación del aval público

Ahí encajan las palabras de Sarah Friar: si la infraestructura de IA se convierte en un activo estratégico nacional, ¿por qué no compartir su riesgo financiero? Aunque OpenAI se apresuró a matizar su propuesta, el mensaje está claro: el sector privado ya asume que el Estado será parte del andamiaje de la IA.

No sería la primera vez. Energía, defensa y banca siguieron ese camino. Pero la diferencia es que, esta vez, el rescate llega antes del colapso.

Lo que está en juego no es una empresa, sino la soberanía digital: quién controla, financia y mantiene la infraestructura que pronto sustentará la salud, la educación y la seguridad.

La brecha entre promesa y acceso

Nos dirán que esta inversión colosal traerá diagnósticos médicos más rápidos, educación personalizada o energía más eficiente. Quizá sea cierto. Pero, en Estados Unidos, esos avances se distribuyen según el precio, no según la necesidad. En el resto de Occidente, el acceso es menos desigual, pero no necesariamente más justo: quien paga servicios privados siempre llega antes.

El riesgo es claro: que el dinero público sirva para financiar infraestructuras que luego reproduzcan las mismas asimetrías de acceso que prometían corregir.

Si el Estado asume el papel de garante financiero, debería exigir también condiciones de retorno social. De lo contrario, la disrupción volverá a ser un privilegio.

El equilibrio inestable del progreso

El capitalismo con ruedines no es una condena, sino una fase: un sistema que necesita soporte para aprender a sostenerse. El riesgo no está en los ruedines, sino en olvidar que deben retirarse algún día.

Las Big Tech pedalean a toda velocidad, impulsadas por deuda, expectativas y promesas. Pero el equilibrio que muestran depende cada vez más del apoyo externo: de los mercados, de los gobiernos y, en última instancia, de los ciudadanos que financian con sus impuestos esta carrera.

Quizá no estemos ante un punto sin retorno. Tal vez esta hipertrofia de inversión sea el coste inevitable de construir la infraestructura del futuro. Pero conviene no confundir dependencia con progreso. La verdadera madurez tecnológica no llegará cuando los sistemas sean más potentes, sino cuando el sector sea capaz de sostenerlos sin pedir avales.

(*) Dedicado a Tino.

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