¿Superinteligencia o bucle financiero? El verdadero alcance del pacto Nvidia–OpenAI

En los últimos meses, la palabra superinteligencia se ha convertido en la gran bandera de compañías como OpenAI o Microsoft. Sin embargo, más que describir un horizonte científico tangible, la noción funciona como catalizador de expectativas y justificación de inversiones.
El reciente anuncio de que Nvidia invertirá hasta cien mil millones de dólares para desplegar 10 GW de centros de datos junto a OpenAI confirma este patrón: el lenguaje ambicioso se traduce en proyectos colosales cuya magnitud habla más de músculo financiero que de avances cognitivos. Pasamos del discurso al hormigón, de las promesas a la infraestructura. Pero la pregunta persiste: ¿estamos construyendo inteligencia o apenas un nuevo ciclo de capital?
El cómputo como energía nuclear del siglo XXI
El suministro de cómputo se ha convertido en el nuevo cuello de botella estratégico. Igual que la energía nuclear en la segunda mitad del siglo XX, el acceso a millones de GPU definirá quién controla la siguiente fase tecnológica. El paralelismo no es casual: hablamos de infraestructuras de escala nacional, con impacto en la balanza energética y en el orden geopolítico.
El plan Vera Rubin, con su primera fase prevista para 2026, promete encender reactores de silicio que consumirán más electricidad que ciudades enteras. No es solo una apuesta empresarial: es la gestación de una red que podría situarse al nivel de las autopistas o las presas en su capacidad de redibujar economías. La IA ya no es un algoritmo: es un sistema energético global.
Nvidia, el aliado de todos y de nadie
Si algo distingue a Nvidia en este tablero es su habilidad para firmar acuerdos con todos los jugadores. Está con Microsoft y xAI en el AI Infrastructure Partnership, con Oracle en la nube, con Amazon en proyectos energéticos y ahora con OpenAI en el que quizá sea su acuerdo más ambicioso. Esta ubicuidad convierte a Nvidia en el auténtico árbitro del ecosistema occidental: quien controla los chips controla la carrera.
Pero esa posición también genera tensiones. OpenAI y Microsoft, que ya atraviesan fricciones en su relación, se ven obligados a compartir al mismo proveedor que, lejos de tomar partido, reparte cartas a todos los bandos. En este sentido, Nvidia actúa como un poder líquido: nunca se casa con nadie, pero todos dependen de ella.
El bucle financiero y la aspiración a la superinteligencia
La promesa de la superinteligencia ofrece un marco perfecto para este tipo de operaciones. Bajo su halo, los compromisos de capital parecen inevitables, incluso urgentes. Pero la realidad técnica es menos espectacular: los modelos actuales siguen lejos de una inteligencia general, y los retos energéticos, de seguridad y de escalabilidad son enormes.
Lo que crece exponencialmente no es la inteligencia, sino la factura eléctrica y la concentración de poder. Se configura así un bucle financiero en el que proveedores como Nvidia venden hardware a clientes como OpenAI y Microsoft, que a su vez buscan capital para justificar nuevas rondas de expansión. Ciencia, capital y relato se entrelazan en un círculo que multiplica cifras, pero no necesariamente comprensión.
Occidente y China: dos lógicas enfrentadas
En este panorama, la ausencia de China es tan relevante como la presencia de Nvidia. Pekín no puede depender del hardware de Silicon Valley y acelera sus propias cadenas de suministro, con proyectos que buscan replicar —y eventualmente superar— el dominio occidental. La carrera por la superinteligencia se convierte así en una carrera por la autosuficiencia: mientras Estados Unidos concentra sus apuestas en un oligopolio de gigantes privados, China despliega un modelo de control estatal sobre chips y energía.
No hablamos solo de IA, sino de un tablero geopolítico donde el cómputo sustituye al petróleo como recurso estratégico. La bifurcación está servida: dos infraestructuras paralelas que competirán por definir el futuro digital global.
La nueva OPEP del cómputo
El acuerdo Nvidia–OpenAI, con sus cien mil millones y sus promesas de 10 GW, no es un episodio aislado. Es una señal de que estamos asistiendo al nacimiento de una nueva infraestructura económica global, con reglas propias y riesgos inéditos. La concentración de poder en unas pocas compañías puede cristalizar en un oligopolio del cómputo tan determinante como lo fue la OPEP en la energía. Pero aquí no se trata de barriles, sino de ciclos de GPU, electricidad y capital especulativo.
La pregunta es inevitable: ¿qué ocurre si la superinteligencia no llega nunca y lo único que construimos es un bucle infinito de inversiones que enriquecen a unos pocos? Y, aún más inquietante: ¿qué pasará si sí llega, pero bajo el control exclusivo de ese reducido club?