El riesgo financiero oculto tras la infraestructura de IA

El último trimestre marcó un récord histórico: 102.500 millones de dólares invertidos en inteligencia artificial a nivel global. Una parte significativa de este capital se destina a construir y operar centros de datos que funcionan como auténticas centrales de procesamiento digital. La magnitud del gasto impresiona, pero lo verdaderamente revelador es su procedencia: cada vez más depende de fondos de crédito privado que operan fuera de la regulación bancaria tradicional.
Esto significa que la expansión de la infraestructura de IA se apoya en capital rápido, flexible… pero también potencialmente volátil. La historia reciente en el ámbito energético (con megainstalaciones desplegadas antes de asegurar la base técnica y regulatoria que las sostuviera) demuestra que estas carreras por escalar sin planificación sólida suelen dejar un legado de vulnerabilidad.
Los “shadow lenders” y la opacidad financiera
Los shadow lenders (prestamistas en la sombra) son fondos de crédito que canalizan dinero hacia proyectos de alto riesgo sin las obligaciones de transparencia o solvencia que rigen para los bancos. Desde 2013, su exposición al sector tecnológico se ha multiplicado por catorce. Aunque aportan agilidad para financiar proyectos que un banco quizá rechazaría, su opacidad es un riesgo: no hay información pública suficiente para evaluar la solidez de sus apuestas ni su capacidad de resistencia ante crisis.
Esto no es un problema menor. En la práctica, significa que buena parte de la columna vertebral digital sobre la que se apoyan desde plataformas de IA hasta servicios críticos depende de un sistema financiero paralelo, sin cortafuegos claros.
Riesgo sistémico: del “too big to fall” a la burbuja puntocom
El caso de OpenAI es ilustrativo. La empresa que lidera la vanguardia de la IA generativa opera con pérdidas elevadas, gastando más del doble de lo que ingresa, y depende de acuerdos estratégicos con gigantes como Microsoft y Oracle para mantener su capacidad operativa. Su caída no sería solo un problema para sus accionistas: interrumpiría servicios y capas tecnológicas que hoy usan millones de personas y empresas.
Este patrón recuerda a la lógica de “demasiado grande para caer” que se ha visto en la banca, pero ahora aplicada a tecnología. El paralelismo con la burbuja puntocom también es inevitable: entonces, como ahora, el entusiasmo por un nuevo paradigma justificó valoraciones y niveles de riesgo que el sistema no estaba preparado para absorber. Con una diferencia clave: la IA no es solo software, sino infraestructura física masiva, costosa y difícil de reconvertir.
La infraestructura crítica sobre arena financiera
Si la columna vertebral de la IA —sus centros de datos, redes de interconexión y plataformas de servicios— se financia con deuda de alto riesgo, la estabilidad global de este ecosistema queda en entredicho. Una crisis de crédito en el sector podría desencadenar impagos en cascada, dejando inoperativos nodos críticos que afectan desde la atención sanitaria hasta la logística internacional.
Ya hemos visto en el sector energético cómo la adopción apresurada de tecnologías prometedoras sin un respaldo regulatorio sólido deriva en sobrecostes, retrasos o cancelaciones. En la IA, esta vulnerabilidad se agrava porque los servicios que dependen de ella son cada vez más interdependientes y estratégicos.
Gobernanza financiera en la era IA: una urgencia global
La cuestión de fondo no es solo quién financia la infraestructura de IA, sino quién la rescata si colapsa. La ausencia de mecanismos públicos de estabilización o intervención preventiva refleja un vacío de liderazgo. En otros sectores estratégicos —desde las telecomunicaciones a la energía o la banca—, el Estado ha actuado como garante de continuidad en momentos críticos.
No se trata de nacionalizar la IA, sino de asegurar que la infraestructura que soporta desde políticas públicas hasta redes militares no dependa exclusivamente de la lógica de mercado y del crédito especulativo. La gobernanza de la IA debe integrar transparencia financiera, mecanismos de supervisión y planes de contingencia. De lo contrario, la pregunta no será si la burbuja estalla, sino cuándo… y quién pagará la factura.