|

EE.UU. acelera su plan de IA: poder sin garantías éticas

El “AI Action Plan” presentado por la administración Trump en 2025 marca un cambio de paradigma en la política tecnológica de Estados Unidos. Con más de 90 medidas, el plan busca posicionar a la inteligencia artificial como pilar estratégico para el liderazgo global, priorizando su adopción masiva en el ámbito militar, empresarial y federal. Pero lo que a primera vista parece una hoja de ruta para la innovación, encierra una lógica mucho más profunda: la consolidación de un modelo de poder basado en la supremacía tecnológica, aun a costa de las garantías éticas y sociales.

En este giro, EE.UU. no solo abandona sus críticas a la regulación europea —como expuse en un artículo de marzo sobre el caos normativo interno— sino que emprende su propia ofensiva normativa, esta vez desde una desregulación programada. ¿Puede una democracia liderar el futuro de la IA sin ofrecer un marco común de seguridad, derechos y supervisión?

Infraestructura y desregulación: los pilares del nuevo impulso

El “AI Action Plan” plantea una expansión masiva de capacidades: superordenadores estatales, centros de datos militares y subvenciones públicas para empresas tecnológicas. Pero lo más disruptivo es el desmantelamiento normativo que acompaña esta inversión. Se eliminan barreras legales que antes limitaban el uso gubernamental de sistemas opacos o discriminatorios, y se promueve la llamada “objetividad ideológica” como nuevo criterio de contratación federal: una fórmula que puede usarse para excluir a proveedores que aboguen por principios de justicia algorítmica o auditorías éticas.

Esta lógica coincide con la estrategia del Reino Unido, que también ha optado por postergar su regulación para alinearse con Washington. La diferencia es que EE.UU., lejos de esperar, ha decidido acelerar sin frenos, interpretando la IA no como un desafío social, sino como un activo geopolítico.

Diplomacia tecnológica y supremacía geopolítica

El plan de Trump no es solo doméstico: contempla también una intensa agenda de diplomacia tecnológica. La Casa Blanca busca firmar acuerdos bilaterales para imponer estándares técnicos propios y contrarrestar la influencia normativa de la Unión Europea y, sobre todo, de China. En este contexto, no puede ignorarse que el régimen chino ha dado un giro regulador al imponer el etiquetado obligatorio de todo contenido generado por IA.

Este gesto, lejos de ser puramente autoritario, busca proyectar legitimidad y controlar la narrativa digital global. El “AI Action Plan”, en cambio, apuesta por la supremacía sin trazabilidad: nada de etiquetas, ni limitaciones al uso sintético de información, ni exigencias de auditabilidad. Esta diferencia no es trivial: mientras unas potencias buscan gobernar la IA desde el control o la ética, EE.UU. parece querer dominarla desde la velocidad y el capital.

Costes sociales y energéticos: los límites de una visión expansiva

La magnitud de la estrategia norteamericana choca con límites físicos, sociales y ambientales. A nivel energético, los centros de datos requeridos para sostener esta infraestructura intensiva ya generan preocupación entre expertos por su impacto en redes eléctricas locales y emisiones de carbono. A nivel social, la automatización acelerada sin marcos de protección amenaza con desbordar sectores laborales enteros. Y, a nivel normativo, la eliminación de barreras puede reactivar tecnologías altamente invasivas, como el reconocimiento emocional o la puntuación de ciudadanos, ya prohibidas por el AI Act europeo.

De hecho, EE.UU. ya sufre una sobrecarga de normativas estatales contradictorias. El “AI Action Plan” no resuelve este caos, sino que lo trasciende: al imponer un marco desregulador desde el poder federal, establece una nueva jerarquía en la que la supremacía técnica se impone sobre cualquier cautela ética.

¿Neoliberalismo algorítmico? Reflexiones sobre gobernanza y ética

La IA se ha convertido en la nueva frontera ideológica del siglo XXI. El modelo que propone el “AI Action Plan” encarna lo que podríamos llamar un neoliberalismo algorítmico: un enfoque que fusiona desregulación, supremacía tecnológica y expansión militar en nombre de la innovación. Frente a esto, la Unión Europea propone un camino más lento pero más seguro, basado en derechos, gobernanza y control institucional.

Este contraste es clave: mientras unos regulan para proteger, otros desregulan para dominar. El dilema que enfrenta ahora Occidente no es técnico, sino político: ¿puede liderarse el futuro de la inteligencia artificial sin construir legitimidad social? ¿Y qué legitimidad puede sostenerse cuando se elimina todo marco de ética compartida? El desafío no es solo programar mejores algoritmos, sino gobernarlos desde una visión que ponga a las personas, y no solo al poder, en el centro.

Publicaciones Similares